Aquí es donde Laia Álvarez deja sus pensamientos, pequeñas reflexiones, canciones que le tocan la fibra sensible... Cosas, en definitiva, que le rondan la cabeza y el corazón. No obstante, este pretende ser un espacio compartido, donde el lector pueda tener también un pequeño espacio donde dejar cuanto quiera dejar.


Empezamos en 3... 2... 1... ¡Ya!

14.8.08

~ Lo único que podía haber pasado

La miré a los ojos. Podría haberme perdido en aquella mirada, que gritaba desesperada todo aquello que celosamente había guardado. Hoy todos esos secretos escondidos e su interior podían leerse en aquellos luceros embriagadores: una mirada profunda, sincera, cargada de significado. Cualquiera que se hubiese asomado a aquel abismo verde azulado habría caído en él, sin duda, preso de todo ese mar de sensaciones que evocaba.

Había allí una mezcla indescriptible de sentimientos contrapuestos dando vueltas y más vueltas, como el ojo de un huracán, que en su descontrolado movimiento va arrasando cuanto encuentra ante él. Una mirada que denotaba inseguridad, miedo, indecisión en ese ir y venir, pero cargada al tiempo de cariño, de amor, de pasión... Se iba empañando poco a poco, y brillaba cada vez más.

Un lágrima comenzó a rodar mejilla abajo, acariciando su piel y muriendo en sus labios. Mientras sus ojos estaban fijos en mí, aquella boca dibujó una sonrisa de gratitud. Era la señal, no debía tardar más. Di un paso adelante, y otro más. Me quedé frente a ella, y con un suave gesto borré el camino que había marcado en su rosto aquella lágrima suicida. La cogí entre mis brazos; lo que siguió era lo único que podía haber pasado.


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Me estaba mirando, ¡él me estaba mirando! No pude controlar aquella lágrima que llevaba ya un rato al borde de mis ojos y mojó mi mejilla. Como para decirle que agradecía que hubiese venido, le sonreí. Creo que lo entendió a la perfección.

Se acercó a mí, como tímido pero decidido a la vez. Con un mano, me secó lo que quedaba de aquella lágrima que había conseguido escapar, al tiempo que acariciaba mi cara. Lo siguiente que recuerdo es sentir sus manos sobre mi espalda, sus brazos aferrándome. Me cogía como nadie lo había hecho en mucho tiempo; yo sólo quería quedarme allí, que me abrazase con más fuerza, como si tratase de fundirme con él.

Después me besó, me dio el mejor beso que podría haberme dado: sus labios se acercaron a mí, y entonces rozaron mi piel, suave y tiernamente, en la misma mejilla que antes había humedecido aquella lágrima. Luego de aquel beso, se separó de mí hasta que pude verle el gesto, me sonrió y me dijo "Tranquila, ya estoy aquí", y sus brazos volvieron a rodearme, ahora con suma delicadeza, mientras yo notaba cómo todo volvía a apaciguarse dentro de mí.

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