Aquí es donde Laia Álvarez deja sus pensamientos, pequeñas reflexiones, canciones que le tocan la fibra sensible... Cosas, en definitiva, que le rondan la cabeza y el corazón. No obstante, este pretende ser un espacio compartido, donde el lector pueda tener también un pequeño espacio donde dejar cuanto quiera dejar.


Empezamos en 3... 2... 1... ¡Ya!

1.8.06

~ Coplas a la muerte de su padre

Se va. Se va algo. Se va la luz. Se va tu luz. Se va tu vida. ¿Será que todo acaba?

¿Y por qué?

Cuando aún a penas has nacido, ya se empieza a consumir. Se empieza a consumir tu vida, tu vela.

Porque la vida, al fin y al cabo, no es más que eso: una vela. Una vela que un día se enciende, pero que ese mismo instante se empieza a consumir. Y así se consume y se consume hasta que un día, sin saber muy bien como, alguien, con un insignificante soplido, la apaga.

Mientras tú gritas rogando que deje de soplar, él sigue, hace oídos sordos a tus gritos. Y es que todo depende de él. De Él; Él lleva las riendas de tu vida. De la vida.

Y al final esa vela, por la que habías dado todo, a la que protegías con tu alma, se apaga.

Se apaga la vela igual que se acaba el camino.

Sí, ese camino que un día comenzaste, y por el que transcurre tu vida. Es un camino oscuro, misterioso y lleno de peligros. En él necesitas tu vela. Pero por mucho que ésta ilumine, siempre, al final del camino, la muerte va a estar esperando tu llegada. Esperando con los brazos abiertos tu llegada... Esperando a que ese alguien apague tu vela para darte un último abrazo. El último abrazo. Y mientras tanto esperas.

Esperas frente a la muerte a que llegue el momento en que todo acabe. Y esperas con resignación: ya sabes que todo acaba. Sólo tienes de tu lado a esa vela. La miras, y ves cómo se consume al tiempo que tú. Se consume la vela igual que un río pierde su agua al llegar al mar.

Y entonces piensas en ti, en tu vida. Y ves a aquel niño que jugaba y reía todo el día; y miras a tu otro yo. En él no ves más que a un pobre anciano sin ilusiones, sin ambición, dejando pasar el tiempo sin vivir la vida. Y es ahora, cuando has visto los ojos a la muerte, cuando has sentido su aliento junto a ti, cuando te has dado cuenta de que tu vida ha pasado y tú la has dejado pasar sin preocuparte por ella.

Y todo porque cuando acaba de amanecer, ya ves como el día acaba y anochece frente a ti.


[Texto para un trabajo sobre Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique]