Aquí es donde Laia Álvarez deja sus pensamientos, pequeñas reflexiones, canciones que le tocan la fibra sensible... Cosas, en definitiva, que le rondan la cabeza y el corazón. No obstante, este pretende ser un espacio compartido, donde el lector pueda tener también un pequeño espacio donde dejar cuanto quiera dejar.


Empezamos en 3... 2... 1... ¡Ya!

8.5.08

~ Lluvia de Mayo

En mitad de la tarde, rompió a llover.
El suelo se llenó de charcos, en la superficie de los cuales se veían formarse ondas concéntricas, que terminaban chocando unas con otras.
La gente corría de un lado a otro cubriéndose con un paraguas, o un chubasquero, o incluso las dos cosas los más afortunados; los menos, con el periódico que habían leído durante el café de la mañana.
El cielo antes azul se tiñó de grises, y soplaba una brisa que hacía variar la dirección de las gotas que llegaban hasta nosotros.


Yo, en cambio, no llevaba paraguas, ni chubasquero, ni periódico; no me molestaba la brisa, ni la lluvia; me entretenía mirando alternamente cielo y charcos, que se deformaban y volvía a formarse al pisarlos la gente que pasaba entre carreras por la ciudad.

Yo estaba allí, contemplando las escena, mientras mi ropa se empapaba, el pelo se mojaba, y por los finos mechones que se habían formado, algunos tocando mi cara, caían pequeñas gotas que iban a parar al suelo, o a mi ropa.

Yo, en los días de lluvia, me sentaba sobre el muro que cercaba el cauce del río, y miraba cómo cambiaba la forma de vida, acelerándose, avivándose, con más trasiego del habitual; sí, igual que le pasaba al río.

6.5.08

~ Paseo por la arena

 
En mitad de la tarde, rompió a llover.
El suelo se llenó de charcos, en la superficie de los cuales se veían formarse ondas concéntricas, que terminaban chocando unas con otras.
La gente corría de un lado a otro cubriéndose con un paraguas, o un chubasquero, o incluso las dos cosas los más afortunados; los menos, con el periódico que habían leído durante el café de la mañana.
El cielo antes azul se tiñó de grises, y soplaba una brisa que hacía variar la dirección de las gotas que llegaban hasta nosotros.


Yo, en cambio, no llevaba paraguas, ni chubasquero, ni periódico; no me molestaba la brisa, ni la lluvia; me entretenía mirando alternamente cielo y charcos, que se deformaban y volvía a formarse al pisarlos la gente que pasaba entre carreras por la ciudad.

Yo estaba allí, contemplando las escena, mientras mi ropa se empapaba, el pelo se mojaba, y por los finos mechones que se habían formado, algunos tocando mi cara, caían pequeñas gotas que iban a parar al suelo, o a mi ropa.

Yo, en los días de lluvia, me sentaba sobre el muro que cercaba el cauce del río, y miraba cómo cambiaba la forma de vida, acelerándose, avivándose, con más trasiego del habitual; sí, igual que le pasaba al río.