Aquí es donde Laia Álvarez deja sus pensamientos, pequeñas reflexiones, canciones que le tocan la fibra sensible... Cosas, en definitiva, que le rondan la cabeza y el corazón. No obstante, este pretende ser un espacio compartido, donde el lector pueda tener también un pequeño espacio donde dejar cuanto quiera dejar.


Empezamos en 3... 2... 1... ¡Ya!

29.8.10

~ Sedúceme otra vez



Así rezaba el título de un libro de Charo Pascual que ronda desde hace años por mi casa. Imagino que sería de alguno de mis hermanos, claro. No imagino a mi madre con ese ejemplar como libro habitual en su mesilla de noche... ¡ni tan siquiera eventual!

Siendo más cría ojeé en alguna ocasión algunas de sus páginas, pero no recuerdo nada de ese manual de seducción, y menos aún recuerdo haberlo puesto en práctica... Pero su título siempre me ha seducido, para qué negarlo.

'Sedúceme otra vez'.

Adoro la seducción, para qué nos vamos a engañar... El amor, la pareja, las relaciones, la estabilidad de éstas, el sexo, la atracción y demás , son un mundo que me gusta, pero la capacidad de seducción me ha resultado siempre taaan atrayente...

Quizás también haya influido en ello que nunca he ido de rompecorazones por la vida. Pese a que los hay que tienen buena opinión de mi aspecto físico, nunca me he considerado una mujer (chica, en realidad) atractiva, con un cuerpo explosivo, una cara de cine, unas curvas sensuales, ni ninguna de esas cosas que caracterizan, físicamente hablando, a la clásica 'femme fatale'.
Sí, sé que para ser seductora no hace falta, ni muchísimo menos, tener ese cuerpo; lo más importante es saber seducir, tener claras y saber usar tus armas... Pero para qué vamos a engañarnos: el físico ayuda, y mucho. Y mentiría si dijese que nunca he querido ser así...
Por mi físico, como le pasa a mi hermana también, tengo más cuerpo de nena que de mujer... Tengo amigas de mi edad, un poco mayores que yo e incluso un poco menores que yo que ya van teniendo cuerpo de mujer, pero yo tengo, y tendré mucho tiempo aún según me temo, cuerpo de adolescente.

Volviendo al tema y dejando a un lado mi cuerpo y mis desvaríos... me encanta la seducción. Y nunca me he atrevido a tener esa actitud. Dicen que nunca es tarde, quizá debería probar lo que Charo dice en su libro. Abro el libro al azar:

Seductores de antaño y de hoy
El hombre primitivo. Eva


Una de las canciones más intrigantes de los últimos tiempos ha sido Devórame otra vez. Tanto es así, que incluso TVE dedicó un programa a
darle vueltas al origen de la letra. Después de marear la perdiz un buen rato,
parece que algunas frasecitas tienen su aquel. Están inspiradas en el primer
acto conocido de seducción, el del hombre primitivo.
Al Cromagnón no se le daba bien lo de articular palabra. No fue impedimento
a la hora de seducir. Su masa encefálica le permitió gemir, bufar y resoplar con
excelentes resultados.
Algunos antropólogos han descrito el estado en el que quedaba la pareja
tras sus encuentros amorosos. Solían acabar bastante destartalados. A tenor de
esto, la traducción a lenguaje máquina de escribir de aquellos rebufos
bien podía ser: "Devórame otra vez", y: "En mi cueva nadie es como tú". Después
vendría el ataque. Los científicos afirman que el acto sexual era salvaje y
sangriento, con mordiscos y arañazos. El resultado eran labios y uñas
ensangrentados. El color rojo estimulaba. El hombre se sentía más y más
excitado. No se lo pensaba dos veces y volvía a la carga.
Fue al primera lección de seducción. Seducción dura. Sus enseñanzas no han
caído en saco roto. Hoy siguen estando tan vivas como entonces. Y si no,
¿cuál es la razón de que la mayoría de las mujeres se pinten las uñas y los
labios de color rojo? Está claro que para atraer y estimular la atención del
hombre. Para seducir, en definitiva. Porque si tan extraordinarios resultados
daba el rojo en uñas y labios en los cavernícolas, ¿por qué no ha de darlo con
nosotros?
(...)


Charo Pascual, Sedúceme otra vez: Cómo romper corazones a
diestro y siniestro


Ahora, viendo esto, no tengo claro qué hacer... Si dejar de leer, dejarme de seducción o dejar ambas.

28.8.10

~ Mal

Me siento mal.

Una supera las cosas; a veces, como en este caso, no hace falta ni superarlas porque, antes de que sucedan, ya sabes que van a pasar y (casi) cómo van a pasar. Pero a pesar de ello, a pesar que sabes que no hay esperanza de que las cosas salgan como querías que saliesen (y además, crees que sería lo más lógico, lo más correcto), a pesar que incluso ya casi has perdido las ganas, la ilusión por aquello por lo que luchabas, sabes que tienes que seguir defendiendo tu postura, lo justo; tienes que defenderte a ti misma, porque tú no estás dispuesta a que te pisoteen y hagan contigo lo que quieran, y es la única forma de hacerlo saber.


En varias ocasiones me he visto en ese problema, y en ambas, pese a decir la verdad, que no mi verdad, me han hecho quedar como una mentirosa, como una persona mala, mientras quienes tenía enfrente no hacían más que tratar de hundirme.

Y la última vez, ya digo, ni siquiera me afectó. Tenía asumido cómo se iban a suceder las cosas.
Pero hoy, estos últimos tiempos, me siento mal, y eso que ha pasado ya tiempo, y ningún hecho acontecido me ha devuelto a aquellos momentos y los que se sucedieron (o los que no se sucedieron, tal vez).

Necesitaba decirlo.


Creo que prefiero no añadir más.
Rompiendo con la que suele ser mi línea, de expresarme bien, de tratar de usar palabras bonitas, de crear una historia que pueda representar mi sentir... creo que esto era lo que hoy necesitaba escribir. Si alguien me entiende, ya digo que me alegro y lo agradezco. Señal que no me he explicado tan mal como creo que lo he hecho. Pero se me han acumulado tantas y tan pocas cosas que decir al mismo tiempo, con la necesidad y las pocas ganas que tengo de escribir en verdad, que dudo que pueda haber salido de mis dedos algo mínimamente coherente.

24.8.10

~ Laura I

Asomada en el gran ventanal, aparecía su cara dibujada cada mañana de aquel lluvioso mes de Diciembre de 1792.


La vista desde allí abarcaba gran parte de la Elisabethstr, en pleno centro de Viena. Aquel día se respiraba un ambiente agitado, quizás embargado por los acontecimientos esperados para el principio del año que estaba al caer. Era una pequeña pero lujosa mansión, elegante y sencilla al tiempo, sin caer en la ostentosidad de la que algunos por aquel entonces hacían gala, aunque esto sucedía más entre los nuevos ricos que trataban de hacerse un hueco en la sociedad que entre la aristocracia asentada, que era el caso de la muchacha que llamó mi atención.


Se notaba su clase, su nobleza. Su porte era majestuoso y elegante, pero, sobretodo, embriagador: no hacía falta más que detener su mirada en ella tan sólo unos instantes para perderse en su contemplación y ver todo aquello. Denotaba un estilo digno de su cuna pero con un cierto matiz muy particular, con un toque de soberbia escondido entre la candidez que de ella se desprendía...

Así mismo, su belleza era evidente. En su piel clara destacaban unos pómulos marcados que poseían un tono sonrosado, sutil, pero suficiente para destacarlos. Sus labios, tiernos y carnosos, lucían como el coral, más intensificados sobre aquella fina tez, y con un gesto de pesadumbre, de inquietud, de congoja siempre presente en ellos; este estado hacía que se quedasen entreabiertos, haciendo que pese a aquella turbación, resultasen extremadamente atractivos.

Pero si en algo se notaba aquel estado de desasosiego era en su mirada, perdida constantemente, evadida de cuanto había en aquella calle, ajenos a cuanto ocurría fuera de aquella casa, de aquella habitación e incluso fuera de aquella chica. Sus ojos, verdes como esmeraldas, y tan brillantes como éstas, jamás podrían haber sido más expresivos. Hablaban. Juro ante Dios que aquellos ojos eran capaces de hablar, haciéndose entender como no lo habrían conseguido muchos con las palabras.

Su cuerpo debía de ser el Edén... Sus pechos, insinuándose, tratando de asomarse por aquel escote... habrían vuelto loco a cualquiera, con aquella forma y firmeza propia de la juventud. Su cintura ansiaba ser cogida por un par de manos delicadas, pero firmes, que la rodeasen y la acercasen al calor de su dueño.
Sin duda alguna, mis manos estaban dispuestas a interpretar ese papel.

En fin, qué decir. Aquella muchacha era preciosa, mucho más de lo que lo eran aquéllas presentadas por sus padres en sociedad en busca de pretendientes que pudieran ser un buenos maridos; o lo que es lo mismo, buenos partidos que tuviesen el suficiente dinero para mantener a aquellas chicas y a los padres de éstas en caso de que la fortuna dejase de sonreirles.


Aquella ocasión no era la primera en que perdía algunos minutos en detenerme a observarla. Me resultaba increíble pensar en aquellas personas que pasaban por mi lado y no recaían en aquella musa capaz de inspirar a cualquier artista.
La diferencia era que en aquella ocasión no estaba dispuesto a irme de allí sin llevarme conmigo algo más que aquella imagen.

En un alarde de valentía, me dispuse a acercarme a la puerta de aquella casa y fuere como fuese, presentarme ante ella. A penas había pisado el primer escalón que había ante la entrada principal cuando la puerta se abrió ante mí. Me acobardé, como es obvio, al ver que se quedaban mirándome e invitándome a decir qué hacía ahí.
En un momento de lucidez, aunque muy lejos de mi primera intención, alcancé a decir:
- Disculpe la molestia, señor mío. Pero traía un mensaje, según me habían dado a entender, para la señorita de la casa, pero a decir verdad, no acabo de saber si estoy en el lugar indicado.
- ¿Y puede saberse a quién busca, joven?
- A Sophie Leisser.
- Pues siento decirle que se ha equivocado. Aquí no vive ningún Leisser.
- ¿Pero vive aquí alguna joven?
- ¿Realmente se lo tendría que decir?
- Disculpe mi osadía, no quería importunarle. Tan sólo pretendía saberlo por si hubiese equivocado las señas, si hubiese otra joven con un nombre similar, pero si no queire contestarme, no tiene de qué preocuparse. Lo entiendo perfectamente. ¡Qué rápido he perdido las formas...
- Tranquilo, joven. No me ha molestado, tan solo que no había pensado en el por qué de esa pregunta. Verá, aquí la única joven que vive es mi sobrina, la señorita Laura Ruíz - De la Cruz.
- ¿Española? Entonces, sin lugar a dudas, no he acertado con las señas, tendré que volverlas a pedir.
- Sí, somos españoles; mi hermana y su familia llevan poco tiempo en Viena, poco más de un mes. Han venido por asuntos laborales. Por eso me extrañaba que mi sobrina hubiese recibido mensaje alguno, pues creo que ni tan siquiera ha llegado a salir del edificio desde su llegada.
- Difícilmente entonces que la nota fuese para ella si no ha querido salir... ¿Ha sido por el idioma?, ¿o se debe a la añoranza?
- Una mezcla de ambas, imagino. Ahora, si me disculpa, tengo un poco de prisa, pero creo que aquel caballero que hay en el edificio de al lado, podrá indicarle para encontrar las señas correctas, pues conoce a todo el mundo de por aquí.
- ¿A encontrar a quién?
- A la destinataria de su mensaje, quién si no... ¿Sophie, puede ser que haya dicho?
- ¿Qué...?, ¡ah, sí, perdone! Sophie, sí, Sophie Leisser. Muchas gracias por la indicación.
- Suerte en su búsqueda y hasta otra ocasión.
- Adiós -acerté a decir en español.

Toda respuesta quedó en una sonrisa de aquel caballero ante mi intento de hablar su lengua.


Al menos sabía ahora que no sólo por fuera era bella. También lo era su nombre. Laura. Laura Ruíz - De la Cruz. De su boca tenía que sonar, seguro, como música.

19.8.10

~ 21 gramos

Sé que mis ojos permanecen abiertos, pero ante ellos en realidad no se dibuja más que el abismo. La oscuridad ha comenzado a inundarlo todo, la negrura se apodera de cada rincón que hasta hace unos instantes estaba lleno de color, de imágenes.


Todo ha sucedido muy rápido.


Había salido de casa, con el coche. Ya estaba llegando, me esperaba Tomás a dos calles... pero no le llegué a recoger.

Veía una luz verde. El semáforo, sí, estaba verde, así que pasé, como es lógico, y a partir de ahí...
A penas había pasado el semáforo y una luz me cegó. Recuerdo girarme hacia mi izquierda, de donde venía aquella luz, y no ver nada más que un destello. Chirriaba algo, y el ruido se hacía más intenso. Yo no reaccioné, es lo único que tengo claro. Luego, llegó un estruendo, un ruido fuerte, un golpe, chatarra, cristales rotos que iban cayendo al suelo...
Perdí la consciencia de cuanto me rodeaba por unos instantes.

No sé el tiempo que habría pasado cuando entreabrí los ojos. Intuía formas a mi alrededor, oía voces, susurros, gritos... Oía mi nombre, y noté que alguien me cogía las manos mientras me acariciaba. 'Aguanta, Sonia, aguanta un poco más... sólo un poco más, que ya llegan'. Oía acercarse sirenas. Debía de ser por mí, me encontraba muy mal en realidad. 'Venga cariño, vamos, que no puedes rendirte ahora, tú puedes'. Era Tomás, trataba de darme fuerzas. Noté cómo algo me invitaba a cerrar los ojos. Estaba cansada, sí. Intuía que algo fallaba, y saqué fuerzas de donde no había. Le pedí un beso. A penas alcancé a sentir sus labios. Él temblaba, y tenía los labios húmedos, pero noté que ponía todo su corazón en aquel beso. Noté que me caía una lágrima, y aún no alcanzo a entender cómo pude sentirla sobre mi piel, cuando a penas era consciente de mí misma. Se oían las sirenas muy cerca, debían de estar casi a mi lado. Cada vez era más fuerte aquella sensación de vacío que tenía. Lo intenté otra vez, sacar fuerzas para él. 'Te quiero'. Fue cuanto pude decir. Y le sonreí. Oía a gente justo a mi lado. Debían de ser los médicos. Oí a Tomás romper a llorar mientras me atendían. Pero yo ya sabía que no había nada que hacer. Él, pese a todo, no soltaba mi mano. Creo que intentaron separarle, pero se negaba. Los sonidos que me rodeaban se iban apagando. Tardé tan sólo unos segundos en comenzar a ver imágenes rodeándome. Algunos de los mejores momentos de mi vida, sin duda. Y a partir de ahí... oscuridad. Y silencio



Ahora me siento ligera, casi flotar. No he desaparecido. Queda lo suficiente de mí. Poco más de veinte gramos, que sobran para albergar lo que con la vida he conseguido llegar a ser.
Veo una luz. Y oigo voces... que creo reconocer. Sé que he de ir hacia allá, y siento que algo bueno me espera. Siempre he seguido mis impulsos, mi intuición, y esta vez no va a ser menos.

15.8.10

~ Cambios por partida doble

Pues sí, ya tocaba.
Ya tocaba darle vida a esto otra vez, y a ver si esta vez dura (prometo intentarlo, aunque esté de exámenes...)

Llevaba un tiempo queriendo cambiar esto un poco, y más aún desde que Blogger puso el sistema nuevo de plantillas, que he de decir que está estupendo, y he aprovehcado un impulso que tuve hace un par de días, y a fuerza de dejar esto abierto, y habiéndome propuesto no cerrarlo hasta que renovase su apariencia y dejase algo por aquí, he conseguido darle algo de vida.


Hay cambios, sí. He querido darle un poco más de color a esto (pero poco, sin pasarnos), que ya lo veía yo demasiado gris... un poco de vida, y aunque sea poca, es la suficiente para adecuarlo a mí misma.
He cambiado yo, hace tiempo de eso en realidad, y necesitaba que cambiase.
No obstante, hay una diferencia importante: el blog lo que más ha cambiado es su apariencia... algún texto, como el de bienvenida, o un poco más amplio el perfil... pero la esencia sigue intacta, o al menos así lo he pretendido. Yo en cambio, aparento estar igual, alguna cosita sin importancia, pero los cambios hay que buscarlos con mucha profundidad; la esencia no ha cambiado... no ha pasado ni tanto tiempo, ni tantas vivencias como para haberla cambiado, pero sí es cierto que algo hay ahí dentro.

En fin... como decía, cambios por uno y otro lado.


Lo que espero que no cambie es un par de personitas que se suelen pasar por aquí... Porque cierto es que una no escribe para que la lean los demás, escribe porque le gusta... pero sí es cierto que una escribe para sí misma y le gusta que los demás lo lean, para qué engañarnos.