Y allí la encontré, balanceándose en el viejo columpio del parque, con
su carita inocente invadida por la tristeza que la embargaba en aquel
momento. Una de sus manos sostenía aquella carta que había terminado con
sus sueños, ya arrugada y maltratada.
Mejilla abajo rodó una lágrima en momento que me senté en el columpio que quedaba libre a su lado.
¿Quieres hablar?
No, no hay nada que decir. Tiro la toalla.
¿Seguro? ¿No quieres nada?
No te preocupes, ya se me pasará.
Si quieres te dejo sola; sólo quería saber dónde estabas, y si estabas bien.
No, por favor. Quédate.
Era todo lo que necesitaba oír. Me giré; la miré, ahí sentada, como tantas veces... Desde allí, bajo la luz parpadeante de la farola, que parecía agonizar, tenía una belleza especial, magnética, que de igual manera me hubiese obligado a quedarme allí sentado.
Empecé a hablar, no sé muy bien que dije; quizá alguna tontería, como tantas otras veces, quitándole importancia a todo. Sí, era probable. Sólo sé que conseguí dibujarle una sonrisa cargada de emoción que me hizo enmudecer...
Era su manera de darme las gracias, no hacía falta ninguna otra palabra.
Mejilla abajo rodó una lágrima en momento que me senté en el columpio que quedaba libre a su lado.
¿Quieres hablar?
No, no hay nada que decir. Tiro la toalla.
¿Seguro? ¿No quieres nada?
No te preocupes, ya se me pasará.
Si quieres te dejo sola; sólo quería saber dónde estabas, y si estabas bien.
No, por favor. Quédate.
Era todo lo que necesitaba oír. Me giré; la miré, ahí sentada, como tantas veces... Desde allí, bajo la luz parpadeante de la farola, que parecía agonizar, tenía una belleza especial, magnética, que de igual manera me hubiese obligado a quedarme allí sentado.
Empecé a hablar, no sé muy bien que dije; quizá alguna tontería, como tantas otras veces, quitándole importancia a todo. Sí, era probable. Sólo sé que conseguí dibujarle una sonrisa cargada de emoción que me hizo enmudecer...
Era su manera de darme las gracias, no hacía falta ninguna otra palabra.