Aquí es donde Laia Álvarez deja sus pensamientos, pequeñas reflexiones, canciones que le tocan la fibra sensible... Cosas, en definitiva, que le rondan la cabeza y el corazón. No obstante, este pretende ser un espacio compartido, donde el lector pueda tener también un pequeño espacio donde dejar cuanto quiera dejar.


Empezamos en 3... 2... 1... ¡Ya!

29.4.08

~ Gracias

Y allí la encontré, balanceándose en el viejo columpio del parque, con su carita inocente invadida por la tristeza que la embargaba en aquel momento. Una de sus manos sostenía aquella carta que había terminado con sus sueños, ya arrugada y maltratada.

Mejilla abajo rodó una lágrima en momento que me senté en el columpio que quedaba libre a su lado.

— ¿Quieres hablar?
— No, no hay nada que decir. Tiro la toalla.
— ¿Seguro? ¿No quieres nada?
— No te preocupes, ya se me pasará.
— Si quieres te dejo sola; sólo quería saber dónde estabas, y si estabas bien.
— No, por favor. Quédate.


Era todo lo que necesitaba oír. Me giré; la miré, ahí sentada, como tantas veces... Desde allí, bajo la luz parpadeante de la farola, que parecía agonizar, tenía una belleza especial, magnética, que de igual manera me hubiese obligado a quedarme allí sentado.

Empecé a hablar, no sé muy bien que dije; quizá alguna tontería, como tantas otras veces, quitándole importancia a todo. Sí, era probable. Sólo sé que conseguí dibujarle una sonrisa cargada de emoción que me hizo enmudecer...
Era su manera de darme las gracias, no hacía falta ninguna otra palabra.

20.4.08

~ Callejeando

Caminé diez minutos más entre las calles que serpenteaban sin ningún orden ni sentido por el centro de la ciudad. Ya había perdido cualquier marca con la que pudiese orientarme, y me decidí finalmente por andar, y andar, y andar... hasta donde me llevasen mis pasos.
Perdido por calles desconocidas para mí, en una ciudad desconocida para mí, y rodeado de caras que nunca antes había visto.


No sé por qué fue, pero cuando llegué a aquella plazoleta que se abría al final de la calle de la plaza, la vi. Estaba llena de gente, pero yo sólo pude verla a ella, con sus ojos verdes, su melena morena cayéndole suavemente por los hombros y aquella sonrisa embriagadora como el elixir de dioses del que hablaban en los dramas griegos. Cientos de personas, una sola a mis ojos.
Aquel gesto que albergaba su rostro, dulce como la miel, cálido en aquella mañana fría, podría haberme hecho levitar y llevarme allí.

Pero mis piernas, que comenzaron a temblar como si estuviesen a punto de fundirse, no me dejaron más que dar unos pasos, sentarme en un banco que rodeaba la plaza, y dejar pasar el tiempo, que no sé si fueron horas, minutos, días o segundos, contemplando a aquella mujer con sonrisa dulce de niña y cara de ángel hasta la que una mañana fría y solitaria me había llevado.

6.4.08

~ La casa

Aquella casa dominaba la ciudad desde lo alto de la colina que rodeaba. Siempre había gozado de gran majestuosidad, siempre cuidada, siempre siendo objeto de envidia de todo aquel que la veía.
Los antiguos señores la hicieron, dejándose la piel en ello. Sus hijos, la cuidaron y la siguieron embelleciendo. Los hios de sus hijos, continuaron, y así durante largas generaciones.
Al final, una disputa entre hermanos, terminó provocando que la casa quedara dejada de la mano de Dios, y poco a poco fue cayendo en el olvido.

El bosque que la rodeaba comenzó a descuidarse, y poco a poco, la casa fue oscureciéndose, perdiendo la grandeza que un día tubo.



La gente sigue volviéndose al pasar por delante, aún tantos años después de aquello, ahora que la maleza se ha apoderado del jardín, ahora que las enrredaderas han acabado son la preciosa fachada que un día mostró...
Pero es que el encanto que provocaba sbre todo aquel que la miraba, aún, pese a todo, lo seguía teniendo.






No sé la de veces que le pedí a la abuela que me contara aquella historia, pero es que el encanto que tenía, se había apoderado totalmente de mí, como si alguien desde allí dentro susurrase al viento que llegaba a mis oídos que me estaba esperando...

Por eso es por lo que estoy aquí, ante toda esta pila de papeles y la mejor de mis plumas en la mano, dispuesto a firmar cada uno de ello para que esa casa, vuelva a ser, como en tantos de mis sueños, mi casa.