Aquí es donde Laia Álvarez deja sus pensamientos, pequeñas reflexiones, canciones que le tocan la fibra sensible... Cosas, en definitiva, que le rondan la cabeza y el corazón. No obstante, este pretende ser un espacio compartido, donde el lector pueda tener también un pequeño espacio donde dejar cuanto quiera dejar.


Empezamos en 3... 2... 1... ¡Ya!

16.3.08

~ La nota

Conducía mi coche, como cada viernes tarde, cansado de toda la semana de trabajo, de vuelta a casa.
Allí me esperaba ella; seguramente, estaría arreglando la ropa que dejó tirada antes de salir de casa con las prisas... Siempre trataba de ir perfecta, y a consecuencia se probaba mil cosas, que iba dejando encima de algún mueble que le pillase a mano.

Muchas mañanas que mientras ella se vestía y yo aún no tenía que levantarme, me entretenía mirándola, sin quitarle ojo. No era nada especial, pero me encantaba ver cómo la ropa acariciaba su cuerpo cuando se vestía, cómo se miraba al espejo examinando con cuidado cada parte de aquellas telas que rozaban con cuidado aquella piel suave, como con miedo de tocarla y estropearla...


En realidad, yo también lo habría tenido; parecía imposible encontrar algo tan... (nunca he encontrado una palabra capaz de definirla), que era imposible no tener ese miedo. Nunca olvidaré el tacto de su piel, ni cómo conseguía erizarme todo el cuerpo cuando llegaba, y al tiempo que me abrazaba desde detrás de mí, acariciaba mi cuello y me daba aquellos besoso suaves.



Quizás nunca fue tanto como yo en realidad vi, ¿quién sabe?, pero para mí era simplemente ella.

Y quizás por eso nunca olvidaré aquél día que conducía camino a casa esperando verla: porque era ella, y en lugar de encontrarla, encontré una nota. Tan sólo eso, una nota escrita y firmada con aquella cuidada y serena caligrafía que nunca se irá de mi memoria.

9.3.08

~ Amores ocultos

Sentado sobre la colina veo el ajetreo de la vida, la vida que va y viene por las calles de esta majestuosa ciudad en la que me veo inmerso.





La primera vez que la vi, ella estaba allí, sentada bajo la sombra de los árboles del jardín que rodeaba la majestuosa casa en que vivía con un libro en la mano.



Mi cabeza, que trabajaba a la velocidad del rayo cuando de inventar tretas se trataba, inventaba mil artimañas para conseguir verla, pues desde el momento en que la vi llegar a la ciudad en el carruaje no había hecho otra cosa que pasar las horas intentando verla, admirando su clara tez, su cuerpo fino, con una fina cintura perfilada por los vestidos que lucía con aquella gracia de la que sólo ella sabía hacer uso.

Un día, mientras la observaba oculto tras unos arbustos, muy cercanos a donde ella estaba sentada, sin pretenderlo, hice crujir unas ramas bajo mis pies, desvelando mi escondite... y aunque me temía lo peor, me quedé parado, como petrificado ante la idea de que al descubrirme habrían de acabar mis días de escondrijos para ver a la que se había convertido en la princesa de mi reino.
En cambio, nada de esto pasó... fue todo lo contrario. No sé cómo fue, ni qué dije, ni qué me dijo, sólo sé que segundos después nos fundíamos en un beso.



Así fue pasando poco a poco el tiempo, entre besos escondidos, caricias ocultas, miradas disfrazadas y susurros fugaces, ocultos a todos los ojos, pues una chica de su clase, nunca podría haber pensado siquiera en estar cerca de mí, un pobre chico que no tenía a penas qué echarse a la boca, ni sabía leer, ni podía llegar a ser alguien.

Pero un día llegamos al punto de no aguantar más. La noche se convertiría en nuestra confidente, mientras al tiempo nos ocultaría del mundo. Íbamos a escapar, estaba decidido, no había marcha atrás.



La noche llegó, y esperando en el lugar en que nos habríamos de encontrar, en la lejanía, sólo alcancé a ver un grupo que marchaba hacia un carruaje que los esperaba, y entre las formas que indefinidas de movían allí, alcancé a adivinar un gesto que reconocía perfectamente.





La última vez que la vi, ella estaba allí, dentro de un carruaje del que trataba de escapar. Su familia se había enterado, no sé aún cómo, ni si ella lo sabrá, de nuestro plan, y como remedio se la habían llevado lejos, lejos de aquí, lejos de mí..

Y aquí estoy yo, sentado en los pies de la colina que tantas veces había subido tan sólo para poder verla y que ahora no me atrevía a subir.

8.3.08

~ Conversaciones tontas

- Déjate de tonterías...
- ¿Tonterías?
- Sí, eso he dicho: tonterías.
- ¿Te parece una tontería que sueñe cada noche con el momento en que esto sea real?
- Tú lo has dicho: sueños, ilusiones, vanalidades, tonterías...
- Quizás para ti sea una tontería, pero para los que vivimos de la ilusión, difícilmente algo llega a serlo: cada palabra, cada gesto, cada detalle cobra un valor inesperado, un valor incalculable... Nada de tonterías, pues.
- Se te olvida que yo no vivo de la ilusión, de modo que son sólo tonterías.
- ¿Nunca has tenido ningún sueño? ¿Nunca te has despertado creyendo que el sueño era la realidad y se te ha caído todo el peso de la verdad encima al descubrir que no era así? ¿Nunca has deseado algo con tanta fuerza como para que te sorprendas a ti mismo dejando tu mente vagar por esa idea?
- Quizás, no lo sé...
- ¿No lo sabes?
- Tal vez...
- ¿Tal vez?
- Sí... ¡Pero no eran más que sueños y deseos! ¡Sólo eso, y nada más!
- ¿Ves? En realidad eres tan iluso como lo soy yo, aunque no quieras darte cuenta.