Aquí es donde Laia Álvarez deja sus pensamientos, pequeñas reflexiones, canciones que le tocan la fibra sensible... Cosas, en definitiva, que le rondan la cabeza y el corazón. No obstante, este pretende ser un espacio compartido, donde el lector pueda tener también un pequeño espacio donde dejar cuanto quiera dejar.


Empezamos en 3... 2... 1... ¡Ya!

8.11.06

~ Quiero

Quiero sumergirme en un mundo de sueños.
Quiero sumergirme en un mundo irreal.
Quiero evadirme de este mundo que me rodea.
Quiero evadirme de mi vida, de la realidad.

No puedo más.
Impotencia.
Sólo siento eso, impotencia.
No puedo hacer nada.
Ver que lo que haces no sirve de nada.
Saber que lo que estás haciendo no va a caer en saco roto.

No funciona...
Hay algo que no funciona.
Esto no funciona.
Mi vida no funciona.
Este momento no funciona.
Mi presente no funciona.

Vuelvo a cerrar los ojos, como hace a penas una semana.
Los cierro, pero no encuentro el momento de volver a abrirlos.
Espero y espero...
Por más que espero no llega el momento.

Hoy esto no sirve, no puedo obviarlo todo.
Aunque quiero...
Pero quiero y no puedo.
Un querer y no poder que permanece día tras día.


¿Lloro? ¿No lloro? ¿Qué hago?
Todo se hunde.
Mi ánimo se hunde.
Mi voluntad se hunde.
Mis ganas de luchar se hunden.
Mi pequeño mundo de sueños se hunde.
Y yo me hundo...

Quiero sumergirme en un mundo de sueños.
Quiero sumergirme en un mundo irreal.
Quiero evadirme de este mundo que me rodea.
Quiero evadirme de mi vida, de la realidad.
Sumergirme y olvidar.
Evadirme y olvidar.
Sumergirme y volver a vivir.
Evadirme y poder así sonreír.


Quiero...
Quiero...
...y no puedo.


Quiero, no puedo y aunque no quiera, lloro.

1.8.06

~ Coplas a la muerte de su padre

Se va. Se va algo. Se va la luz. Se va tu luz. Se va tu vida. ¿Será que todo acaba?

¿Y por qué?

Cuando aún a penas has nacido, ya se empieza a consumir. Se empieza a consumir tu vida, tu vela.

Porque la vida, al fin y al cabo, no es más que eso: una vela. Una vela que un día se enciende, pero que ese mismo instante se empieza a consumir. Y así se consume y se consume hasta que un día, sin saber muy bien como, alguien, con un insignificante soplido, la apaga.

Mientras tú gritas rogando que deje de soplar, él sigue, hace oídos sordos a tus gritos. Y es que todo depende de él. De Él; Él lleva las riendas de tu vida. De la vida.

Y al final esa vela, por la que habías dado todo, a la que protegías con tu alma, se apaga.

Se apaga la vela igual que se acaba el camino.

Sí, ese camino que un día comenzaste, y por el que transcurre tu vida. Es un camino oscuro, misterioso y lleno de peligros. En él necesitas tu vela. Pero por mucho que ésta ilumine, siempre, al final del camino, la muerte va a estar esperando tu llegada. Esperando con los brazos abiertos tu llegada... Esperando a que ese alguien apague tu vela para darte un último abrazo. El último abrazo. Y mientras tanto esperas.

Esperas frente a la muerte a que llegue el momento en que todo acabe. Y esperas con resignación: ya sabes que todo acaba. Sólo tienes de tu lado a esa vela. La miras, y ves cómo se consume al tiempo que tú. Se consume la vela igual que un río pierde su agua al llegar al mar.

Y entonces piensas en ti, en tu vida. Y ves a aquel niño que jugaba y reía todo el día; y miras a tu otro yo. En él no ves más que a un pobre anciano sin ilusiones, sin ambición, dejando pasar el tiempo sin vivir la vida. Y es ahora, cuando has visto los ojos a la muerte, cuando has sentido su aliento junto a ti, cuando te has dado cuenta de que tu vida ha pasado y tú la has dejado pasar sin preocuparte por ella.

Y todo porque cuando acaba de amanecer, ya ves como el día acaba y anochece frente a ti.


[Texto para un trabajo sobre Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique]

6.4.06

~ La ciudad


¡Necesito salir!!Hay momentos en que necesitamos evadirnos... Todos necesitamos evadirnos alguna vez. Pero no siempre podemos.

Ahora necesitaría abandonar la ciudad. Pasar un tiempo en la montaña, tranquila, pudiendo pensar...
Y cambiar el ruido de los coches por el de los pájaros cantando y los árboles movidos por el viento.
Y cambiar los coches y autobuses por mis propias piernas.
Y cambiar el sofá y la tele por un prado verde sobre el que tumbarme para mirar las nubes.
Y cambiar las horas perdidas jugando con el ordenador por horas aprovechadas de reflexión.
Y cambiar humos que dejan los coches al pasar por aire de verdad.
Y cambiar lo que me dicen que tengo que hacer por lo que yo quiero hacer.
Y cambiar... Simplemente cambiar.
Cambiarme, si nos ponemos a matizar.
Replantearme todo; si hace falta, volver a empezar.

Pensar sobre mí, saber qué hacer con mi vida.

Pensar no en qué quiero ser, sino en quién quiero ser.

Simplemente... ¡PENSAR!!


Pero no. La cuidad se echa sobre ti. Te hace sentirte como una pequeña hormiga que no puede salir de la fila, y tiene que hacer lo mismo día tras día, siguiendo la constante rutina. La aburrida rutina.

Y entonces, levantas la vista y ves ese cielo, esperándote pero te sientes sumergido por la ciudad, que te encierra... Y no te deja escapar...

Pero mientras tanto, podríamos empezar a actuar, no quedarnos de brazos cruzado y seguir luchando. No esperar que nos digan que podemos salir, sino salir cuando queramos sin que nadie nos lo pueda impedir.