Aquí es donde Laia Álvarez deja sus pensamientos, pequeñas reflexiones, canciones que le tocan la fibra sensible... Cosas, en definitiva, que le rondan la cabeza y el corazón. No obstante, este pretende ser un espacio compartido, donde el lector pueda tener también un pequeño espacio donde dejar cuanto quiera dejar.


Empezamos en 3... 2... 1... ¡Ya!

28.1.08

~ Azul celeste anaranjado

 
El sol se perdía tras las nubes que cubrían el cielo, y como cada tarde, comenzaba a tornar el azul celeste con una tonalidad naranja que anunciaba el final de otro día, la llegaba pronta de la noche.


Él estaba a su lado; Ana se giró; en ese momento, la miraba.
Cuando sus ojos se clavaban en ella, una sensación como de cientos de miles de mariposas revoloteando, no sólo en su estómago, sino dentro de ella, la invadía. Y otra vez se repitió.
No lo podía evitar: cuando la miraba, le cambiaba la cara, y una sonrisa cargada de una mezcla de sentimientos y sensaciones se dibujaba en su rostro.

Como tantas otras veces, él le dijo que no le mirase así, y por toda respuesta, ella miró hacia delante un instante, cogió su mano, y le volvió a mirar.


Él sonrió. Ana apoyó su cabeza sobre su hombro, y la rodeó con su brazo.



El sol cayó, pero ellos siguieron un poco más allí, haciendo como que el tiempo no pasaba, y que tenía todo el tiempo del mundo antes de volver a casa, auqneu en realidad, sólo les quedaban unas pocas horas.

20.1.08

~ Explosión

 
Cuando pensamientos impensables en los que no quieres pensar llenan poco a poco tu cabeza, la invaden de imágenes locas, ideas absurdas y recuerdos olvidados, la mezcla explosiva que esto constituye no sabes en que dirección detonará.

19.1.08

~ Besos de la estación

 
El Sol caía sobre las vías de la estación, y pintaba todo a pinceladas naranjas, creando contrastes con vida propia, capaces incluso de sobrecoger.


Allí, junto al andén, pasaba el tiempo apoyada contra un pequeño muro, viendo ir y venir trenes; viendo ir y venir ya no sólo personas, si no vidas.

Y en ese momento, con ese Sol tardío, vi a una chica, con un pelo lacio reluciendo con brillos anaranjados, sonreír como hacía tiempo que no veía, con una sonrisa emocionada, acercándose con paso diligente hacia un chico que, con la misma sonrisa y mirada embelesada, la esperaba.
Al llegar uno junto a otro, se cogieron y poco a poco fueron acercándose hasta fundirse en un beso, mientras el Sol, con esa luz cálida que llenaba la estación, hacía todavía más intenso aquel momento.



Me giré a derecha e izquierda, y nadie más reparó en el encanto de la situación. Quizás era yo quien, por las ganas que tenía de ser aquella chica, veía lo que nadie más reparaba en ver.

15.1.08

~ Momento de reflexión

Sentada en el escritorio que cubren algunos libros, un par de libretas y montones de hojas, algunas en blanco, otras con mil esbozos de ideas a medio plasmar y otras tantas con tachones y medio arrugadas, oigo el leve pero atrayente murmullo de la ciudad que llega a mi ventana.
Me asomo entonces a una calle poco y mal alumbrada, con algún gato paseando en la oscuridad y tranquilidad de la noche y alguna persona solitaria que vuelve con su ausente compañía a la pesada y mal llevada soledad de su, por llamarlo de alguna forma, hogar.

Entonces, una brisa repentina, casi impropia de esa escena cargada de quietud y silencio, casi innatural por la calidez que brinda, me trae un susurro que remueve mi ya de por sí alborotada y alocada cabeza. Un susurro que hace volar mil mariposas en mi estómago. Un susurro que hace resurgir en mis pensamientos los mil y un sentimientos que me haces sentir.

13.1.08

~ Parte VII

Metió la llave en la cerradura de su casa. Se había olvidado de echar al llave con aquella salida que había hecho horas antes. Fue a encender la luz del recibidor, pero no pudo: ya estaba encendida; en realidad, recordaba haberla apagado... aunque podía ser un simple despiste. Pero ahora ya sí que se asustó, pues oyó un ruido, como si hubiese alguien ahí. Se armó de valor, y sin saber qué podía encontrar allí, se fue hacia la boca del lobo, poco a poco, procurando no hacer ruido. Estaba muerta de miedo.

Llegó hasta la puerta del salón; estaba cerrada, y ella siempre la dejaba abierta... y se oían murmullos. Alguien se había conseguido colar allí, ya no quedaba duda alguna, y no era una sola persona. Sin saber cómo ni por qué, un impulso de valor la recorrió de arriba a bajo, y su única reacción fue abrir la puerta. El momento que pasó desde que empujo aquel trozo de madera que la mantenía oculta hasta que pudo ver qué había allí dentro, se hizo eterno; no sabía por qué había abierto aquella puerta, en lugar de huir... quizás le pudiese la curiosidad, pero, como bien dicen, la curiosidad mató al gato. Cuando por fin el resquicio de la puerta se hizo más grande y pudo ver qué y quién había allí dentro, reconoció las caras que la miraban. Eran todos sus amigos, con una cena perfecta perfectamente preparada y una noche a la espera de mil momentos que siempre recordaría.





.*.*.*.





Cuando acabó aquella noche, cuando el Sol comenzó a desperdigar sus rayos por entre las calles y plazas de la ciudad, cuando la gente volvía a levantarse y comenzar un nuevo día, sus amigos salían de su casa. Ella se puso el pijama y se disponía a echarse a dormir. Cuando llegó a su cama, se encontró sobre el nórdico que la cubría una nota escrita con una cuidada caligrafía que en seguida reconoció.

Porque cada uno de nosotros te lo ha podido decir mil veces: “Cuando me necesites, sabes que estoy ahí”.

12.1.08

~ Parte VI

Cuando esta vez arrancó el coche, lo hizo con una calma renovada. Tras volver a poner aquella música que tanto le gustaba, echó en falta su móvil. Puso rumbo a su casa, pues ya era hora de cenar, y le apetecía muchísimo volver a ser parte del mundo... es más, se había convertido en una necesidad. Llegó, aparcó el coche, recogió las cosas, apagó la radio y salió tranquilamente; dobló la esquina mientras pensaba en lo que iba a hacer al llegar: darse una ducha, ponerse el pijama, y al tiempo que preparase su cena y cenase, llamar a todos sus amigos para pasar, la noche siguiente, cenando, jugando a mil y un juegos con los que reír un rato, ver alguna película y tomarse unas copas mientras se hiciese de día. En eso, sus amigos eran unos auténticos expertos. En realidad, sus amigos eran, simplemente, unos amigos perfectos.

Lo que no sabía ella era que al llegar a casa no iba a poder hacer nada de esto, pues a veces llegan cosas que no esperas, ni imaginas que te vayan a pasar... pero que se convierten en tu realidad.

11.1.08

~ Parte V

Pasado un rato, un coche apagaba sus luces junto a una cala. Una música ensordecedora se apagó y, al tiempo, una chica joven bajaba del automóvil. Se acercó entre las rocas hasta que sus dedos acariciaron el mar que se abría ante ella con serenidad. Se sentó, mirando al mar, dejando que sus pensamientos fluyesen con el vaivén de las suaves olas que rompían junto a ella; mientras, ella miraba las luces que llenaban la ciudad de la que ella venía, como pequeñas motas de una vida lejana. Alzó la vista, y un cielo colmado de estrellas la cubría. Pasó unos minutos en silencio absoluto, absorta en mirar ese cielo, y luego, otra vez el mar, de nuevo el cielo y otra vez más el mar.

Finalmente, se levantó y comenzó a caminar, hasta que sus ojos se toparon con el viejo faro que aún brillaba, que aún guiaba a los navegantes, con su luz particular. Sus pensamientos, que aún estaban con las olas, volvieron rápidos a su cabeza, pues aquel viejo marino le había hecho pensar; sus pies se pararon, ya no daban un paso más. De repente, cayó de rodillas, respiró hondo y una paz con aroma a salitre y con la frescura de la noche, dibujó una nueva sonrisa no sólo en su cara, sino en sus ojos.

10.1.08

~ Parte IV

Cuando aún se oía el portazo que dio al salir, comenzó a sonar, junto a su ordenador, una melodía. No se trataba de la música que siempre sonaba en su casa, sino de su móvil, el cual había olvidado por voluntad propia. En momentos como aquél, prefería la única compañía de sus pensamientos, sus ideas, sus recuerdos y sus sueños. Al tiempo que se apagó aquel sonido que no pretendía otra cosa que ser escuchado, ella doblaba la esquina de la calle que llevaba hasta su coche.

Al llegar frente a él, sacó las llaves, que llevaba en el bolsillo derecho, abrió el vehículo y se sentó. Arrancó el motor, puso el disco idóneo para el momento (uno en que se podía leer con letra rápida y sencilla “Canciones para el pensamiento” que había grabado hacía tan solo unos días), y subió el volumen hasta no poder más; sin más dilación, se abrochó el cinturón y comenzó un camino que no conocía ni sabía a donde le tenía que llevar.

9.1.08

~ Parte III

Avanzó la tarde, pero ella seguía tal cual, tumbada, con los ojos ahora rojos de tanto llorar. La noche comenzaba a extenderse por entre las calles y los edificios cubriendo todo con su oscuridad.

Como haciendo de la negrura su toque de queda, se levantó de aquel sofá, se secó las lágrimas con la manga de la camiseta negra que llevaba y se acercó al baño a lavarse la cara para relajarse. En su dormitorio, cogió lo primero que pilló del armario, se vistió, calzó sus zapatillas de todos los días; se puso el abrigo, cogió las llaves y se fue de su casa, a andar por las calles ya vacías de aquella ciudad, como un animal nocturno que encuentra en la soledad de la noche su refugio.

8.1.08

~ Parte II

Pero, justo en este momento, cerró cada una de las ventanas, apagó la pantalla, fue con paso lento, pesado como con pies de plomo, y se desplomó en el sofá que tenía en aquella habitación. Se quedó tal cual había caído; cerró los ojos y unas gruesas lágrimas comenzaron a brotar a borbotones de aquellos ojos embriagadores, ahora embriagados de sentimientos.

Aunque, de entre todos esos sentimientos que albergaban sus lágrimas y, sobretodo, su corazón, destacaba una profunda soledad. No estaba sola, tenía a mil personas a su alrededor, personas a las que ella importaba, y que le importaban a ella. Se sabía en compañía, pero no lo podía evitar. Necesitaba un hombro sobre el que llorar, y en ese momento no lo encontraba.

7.1.08

~ Parte I

Ella estaba sentada ante el ordenador. Era ya el tercer día que no salía de casa, ni recibía visitas, ni hacía otra cosa que no fuese estar delante del ordenador o en frente del televisor a las horas de las comidas. Casi se había olvidado de lo que era hablar, a excepción de las veces que una ventanita se habría en su pantalla con un “Hola” pasajero, al que ella se limitaba a contestar con dos palabras cumplidas.

Nada de esto se debía a que ella fuese poco habladora, a que no tuviese con quien quedar, o a que estuviese pasando por una enfermedad sumamente contagiosa. Simplemente, no se sentía capaz. Estaba ella, en su piso, sola, con la única compañía de la música que sonaba constantemente por la casa, pues se negaba a quitarla: ¿Quién iba a acompañarla, sino la música, en esos días colmados de pensamientos?

3.1.08

~ Cielo estrellado

Esta noche he vuelto hasta aquí y, de nuevo, otra vez, me sorprendo tal que así, tumbada, mirando el techo de estrellas que se extiende en la inmensidad del cielo.

Mis ojos se perdieron hace ya tiempo entre los luceros que desde lo alto nos vigilan; se perdieron hace ya tanto tiempo que ahora se confunden con ellos, y cuando los miras ves ese brillo relucir en ellos... pero en realidad no son más que unos ojos bañados en lágrimas.

Y esos mismos ojos siguen vagando entre los astros, buscándote, pues mi cabeza y mi corazón, los dos a una, no atinan a pensar que la luz que viene de ti pueda pertenecer a algo menos lejano que el Sol.