Aquí es donde Laia Álvarez deja sus pensamientos, pequeñas reflexiones, canciones que le tocan la fibra sensible... Cosas, en definitiva, que le rondan la cabeza y el corazón. No obstante, este pretende ser un espacio compartido, donde el lector pueda tener también un pequeño espacio donde dejar cuanto quiera dejar.


Empezamos en 3... 2... 1... ¡Ya!

13.1.08

~ Parte VII

Metió la llave en la cerradura de su casa. Se había olvidado de echar al llave con aquella salida que había hecho horas antes. Fue a encender la luz del recibidor, pero no pudo: ya estaba encendida; en realidad, recordaba haberla apagado... aunque podía ser un simple despiste. Pero ahora ya sí que se asustó, pues oyó un ruido, como si hubiese alguien ahí. Se armó de valor, y sin saber qué podía encontrar allí, se fue hacia la boca del lobo, poco a poco, procurando no hacer ruido. Estaba muerta de miedo.

Llegó hasta la puerta del salón; estaba cerrada, y ella siempre la dejaba abierta... y se oían murmullos. Alguien se había conseguido colar allí, ya no quedaba duda alguna, y no era una sola persona. Sin saber cómo ni por qué, un impulso de valor la recorrió de arriba a bajo, y su única reacción fue abrir la puerta. El momento que pasó desde que empujo aquel trozo de madera que la mantenía oculta hasta que pudo ver qué había allí dentro, se hizo eterno; no sabía por qué había abierto aquella puerta, en lugar de huir... quizás le pudiese la curiosidad, pero, como bien dicen, la curiosidad mató al gato. Cuando por fin el resquicio de la puerta se hizo más grande y pudo ver qué y quién había allí dentro, reconoció las caras que la miraban. Eran todos sus amigos, con una cena perfecta perfectamente preparada y una noche a la espera de mil momentos que siempre recordaría.





.*.*.*.





Cuando acabó aquella noche, cuando el Sol comenzó a desperdigar sus rayos por entre las calles y plazas de la ciudad, cuando la gente volvía a levantarse y comenzar un nuevo día, sus amigos salían de su casa. Ella se puso el pijama y se disponía a echarse a dormir. Cuando llegó a su cama, se encontró sobre el nórdico que la cubría una nota escrita con una cuidada caligrafía que en seguida reconoció.

Porque cada uno de nosotros te lo ha podido decir mil veces: “Cuando me necesites, sabes que estoy ahí”.

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