Pero, justo en este momento, cerró cada una de las ventanas, apagó la
pantalla, fue con paso lento, pesado como con pies de plomo, y se
desplomó en el sofá que tenía en aquella habitación. Se quedó tal cual
había caído; cerró los ojos y unas gruesas lágrimas comenzaron a brotar a
borbotones de aquellos ojos embriagadores, ahora embriagados de
sentimientos.
Aunque, de entre todos esos sentimientos que albergaban sus lágrimas y, sobretodo, su corazón, destacaba una profunda soledad. No estaba sola, tenía a mil personas a su alrededor, personas a las que ella importaba, y que le importaban a ella. Se sabía en compañía, pero no lo podía evitar. Necesitaba un hombro sobre el que llorar, y en ese momento no lo encontraba.
Aunque, de entre todos esos sentimientos que albergaban sus lágrimas y, sobretodo, su corazón, destacaba una profunda soledad. No estaba sola, tenía a mil personas a su alrededor, personas a las que ella importaba, y que le importaban a ella. Se sabía en compañía, pero no lo podía evitar. Necesitaba un hombro sobre el que llorar, y en ese momento no lo encontraba.
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