Sentada en el escritorio que cubren algunos libros, un par de libretas y
montones de hojas, algunas en blanco, otras con mil esbozos de ideas a
medio plasmar y otras tantas con tachones y medio arrugadas, oigo el
leve pero atrayente murmullo de la ciudad que llega a mi ventana.
Me asomo entonces a una calle poco y mal alumbrada, con algún gato paseando en la oscuridad y tranquilidad de la noche y alguna persona solitaria que vuelve con su ausente compañía a la pesada y mal llevada soledad de su, por llamarlo de alguna forma, hogar.
Entonces, una brisa repentina, casi impropia de esa escena cargada de quietud y silencio, casi innatural por la calidez que brinda, me trae un susurro que remueve mi ya de por sí alborotada y alocada cabeza. Un susurro que hace volar mil mariposas en mi estómago. Un susurro que hace resurgir en mis pensamientos los mil y un sentimientos que me haces sentir.
Me asomo entonces a una calle poco y mal alumbrada, con algún gato paseando en la oscuridad y tranquilidad de la noche y alguna persona solitaria que vuelve con su ausente compañía a la pesada y mal llevada soledad de su, por llamarlo de alguna forma, hogar.
Entonces, una brisa repentina, casi impropia de esa escena cargada de quietud y silencio, casi innatural por la calidez que brinda, me trae un susurro que remueve mi ya de por sí alborotada y alocada cabeza. Un susurro que hace volar mil mariposas en mi estómago. Un susurro que hace resurgir en mis pensamientos los mil y un sentimientos que me haces sentir.
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