El Sol caía sobre las vías de la estación, y pintaba todo a pinceladas
naranjas, creando contrastes con vida propia, capaces incluso de
sobrecoger.
Allí, junto al andén, pasaba el tiempo apoyada contra un pequeño muro, viendo ir y venir trenes; viendo ir y venir ya no sólo personas, si no vidas.
Y en ese momento, con ese Sol tardío, vi a una chica, con un pelo lacio reluciendo con brillos anaranjados, sonreír como hacía tiempo que no veía, con una sonrisa emocionada, acercándose con paso diligente hacia un chico que, con la misma sonrisa y mirada embelesada, la esperaba.
Al llegar uno junto a otro, se cogieron y poco a poco fueron acercándose hasta fundirse en un beso, mientras el Sol, con esa luz cálida que llenaba la estación, hacía todavía más intenso aquel momento.
Me giré a derecha e izquierda, y nadie más reparó en el encanto de la situación. Quizás era yo quien, por las ganas que tenía de ser aquella chica, veía lo que nadie más reparaba en ver.
Allí, junto al andén, pasaba el tiempo apoyada contra un pequeño muro, viendo ir y venir trenes; viendo ir y venir ya no sólo personas, si no vidas.
Y en ese momento, con ese Sol tardío, vi a una chica, con un pelo lacio reluciendo con brillos anaranjados, sonreír como hacía tiempo que no veía, con una sonrisa emocionada, acercándose con paso diligente hacia un chico que, con la misma sonrisa y mirada embelesada, la esperaba.
Al llegar uno junto a otro, se cogieron y poco a poco fueron acercándose hasta fundirse en un beso, mientras el Sol, con esa luz cálida que llenaba la estación, hacía todavía más intenso aquel momento.
Me giré a derecha e izquierda, y nadie más reparó en el encanto de la situación. Quizás era yo quien, por las ganas que tenía de ser aquella chica, veía lo que nadie más reparaba en ver.
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