El mar se movía a un ritmo desigual, allí, al fondo, como la música que
suena en las películas de fondo y que a penas percibimos que está,
aunque si no estuviese la echaríamos en falta.
El viento soplaba con fuerza, nada predecible ni habitual para la época en que nos encontrábamos; o al menos así lo era en nuestra ciudad. En su ir y venir, de una dirección en otra, movía a su antojo las pequeñas plantas que con esfuerzo había nacido entre las rocas.
El Sol se despedía, tiñéndolo todo de colores dorados.
No era sólo el final del día: era el final del verano; tú y yo nos despedimos con un simple adiós, sin saber siquiera qué iba a pasar después de aquello.
El viento soplaba con fuerza, nada predecible ni habitual para la época en que nos encontrábamos; o al menos así lo era en nuestra ciudad. En su ir y venir, de una dirección en otra, movía a su antojo las pequeñas plantas que con esfuerzo había nacido entre las rocas.
El Sol se despedía, tiñéndolo todo de colores dorados.
No era sólo el final del día: era el final del verano; tú y yo nos despedimos con un simple adiós, sin saber siquiera qué iba a pasar después de aquello.
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