Aquella casa dominaba la ciudad desde
lo alto de la colina que rodeaba. Siempre había gozado de gran
majestuosidad, siempre cuidada, siempre siendo objeto de envidia de todo
aquel que la veía.
Los antiguos señores la hicieron, dejándose la piel en ello. Sus hijos,
la cuidaron y la siguieron embelleciendo. Los hios de sus hijos,
continuaron, y así durante largas generaciones.
Al final, una disputa entre hermanos, terminó provocando que la casa
quedara dejada de la mano de Dios, y poco a poco fue cayendo en el
olvido.
El bosque que la rodeaba comenzó a descuidarse, y poco a poco, la casa
fue oscureciéndose, perdiendo la grandeza que un día tubo.
La gente sigue volviéndose al pasar por delante, aún tantos años después
de aquello, ahora que la maleza se ha apoderado del jardín, ahora que
las enrredaderas han acabado son la preciosa fachada que un día
mostró...
Pero es que el encanto que provocaba sbre todo aquel que la miraba, aún, pese a todo, lo seguía teniendo.
No sé la de veces que le pedí a la abuela que me contara aquella
historia, pero es que el encanto que tenía, se había apoderado
totalmente de mí, como si alguien desde allí dentro susurrase al viento
que llegaba a mis oídos que me estaba esperando...
Por eso es por lo que estoy aquí, ante toda esta pila de papeles y la
mejor de mis plumas en la mano, dispuesto a firmar cada uno de ello para
que esa casa, vuelva a ser, como en tantos de mis sueños, mi casa.
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