Caminé diez minutos más entre las calles que serpenteaban sin ningún
orden ni sentido por el centro de la ciudad. Ya había perdido cualquier
marca con la que pudiese orientarme, y me decidí finalmente por andar, y
andar, y andar... hasta donde me llevasen mis pasos.
Perdido por calles desconocidas para mí, en una ciudad desconocida para mí, y rodeado de caras que nunca antes había visto.
No sé por qué fue, pero cuando llegué a aquella plazoleta que se abría al final de la calle de la plaza, la vi. Estaba llena de gente, pero yo sólo pude verla a ella, con sus ojos verdes, su melena morena cayéndole suavemente por los hombros y aquella sonrisa embriagadora como el elixir de dioses del que hablaban en los dramas griegos. Cientos de personas, una sola a mis ojos.
Aquel gesto que albergaba su rostro, dulce como la miel, cálido en aquella mañana fría, podría haberme hecho levitar y llevarme allí.
Pero mis piernas, que comenzaron a temblar como si estuviesen a punto de fundirse, no me dejaron más que dar unos pasos, sentarme en un banco que rodeaba la plaza, y dejar pasar el tiempo, que no sé si fueron horas, minutos, días o segundos, contemplando a aquella mujer con sonrisa dulce de niña y cara de ángel hasta la que una mañana fría y solitaria me había llevado.
Perdido por calles desconocidas para mí, en una ciudad desconocida para mí, y rodeado de caras que nunca antes había visto.
No sé por qué fue, pero cuando llegué a aquella plazoleta que se abría al final de la calle de la plaza, la vi. Estaba llena de gente, pero yo sólo pude verla a ella, con sus ojos verdes, su melena morena cayéndole suavemente por los hombros y aquella sonrisa embriagadora como el elixir de dioses del que hablaban en los dramas griegos. Cientos de personas, una sola a mis ojos.
Aquel gesto que albergaba su rostro, dulce como la miel, cálido en aquella mañana fría, podría haberme hecho levitar y llevarme allí.
Pero mis piernas, que comenzaron a temblar como si estuviesen a punto de fundirse, no me dejaron más que dar unos pasos, sentarme en un banco que rodeaba la plaza, y dejar pasar el tiempo, que no sé si fueron horas, minutos, días o segundos, contemplando a aquella mujer con sonrisa dulce de niña y cara de ángel hasta la que una mañana fría y solitaria me había llevado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario