Aquí es donde Laia Álvarez deja sus pensamientos, pequeñas reflexiones, canciones que le tocan la fibra sensible... Cosas, en definitiva, que le rondan la cabeza y el corazón. No obstante, este pretende ser un espacio compartido, donde el lector pueda tener también un pequeño espacio donde dejar cuanto quiera dejar.


Empezamos en 3... 2... 1... ¡Ya!

9.3.08

~ Amores ocultos

Sentado sobre la colina veo el ajetreo de la vida, la vida que va y viene por las calles de esta majestuosa ciudad en la que me veo inmerso.





La primera vez que la vi, ella estaba allí, sentada bajo la sombra de los árboles del jardín que rodeaba la majestuosa casa en que vivía con un libro en la mano.



Mi cabeza, que trabajaba a la velocidad del rayo cuando de inventar tretas se trataba, inventaba mil artimañas para conseguir verla, pues desde el momento en que la vi llegar a la ciudad en el carruaje no había hecho otra cosa que pasar las horas intentando verla, admirando su clara tez, su cuerpo fino, con una fina cintura perfilada por los vestidos que lucía con aquella gracia de la que sólo ella sabía hacer uso.

Un día, mientras la observaba oculto tras unos arbustos, muy cercanos a donde ella estaba sentada, sin pretenderlo, hice crujir unas ramas bajo mis pies, desvelando mi escondite... y aunque me temía lo peor, me quedé parado, como petrificado ante la idea de que al descubrirme habrían de acabar mis días de escondrijos para ver a la que se había convertido en la princesa de mi reino.
En cambio, nada de esto pasó... fue todo lo contrario. No sé cómo fue, ni qué dije, ni qué me dijo, sólo sé que segundos después nos fundíamos en un beso.



Así fue pasando poco a poco el tiempo, entre besos escondidos, caricias ocultas, miradas disfrazadas y susurros fugaces, ocultos a todos los ojos, pues una chica de su clase, nunca podría haber pensado siquiera en estar cerca de mí, un pobre chico que no tenía a penas qué echarse a la boca, ni sabía leer, ni podía llegar a ser alguien.

Pero un día llegamos al punto de no aguantar más. La noche se convertiría en nuestra confidente, mientras al tiempo nos ocultaría del mundo. Íbamos a escapar, estaba decidido, no había marcha atrás.



La noche llegó, y esperando en el lugar en que nos habríamos de encontrar, en la lejanía, sólo alcancé a ver un grupo que marchaba hacia un carruaje que los esperaba, y entre las formas que indefinidas de movían allí, alcancé a adivinar un gesto que reconocía perfectamente.





La última vez que la vi, ella estaba allí, dentro de un carruaje del que trataba de escapar. Su familia se había enterado, no sé aún cómo, ni si ella lo sabrá, de nuestro plan, y como remedio se la habían llevado lejos, lejos de aquí, lejos de mí..

Y aquí estoy yo, sentado en los pies de la colina que tantas veces había subido tan sólo para poder verla y que ahora no me atrevía a subir.

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